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LOS CICLOS  I
 

Como dijimos en el acápite "Las Cuatro Edades" (Nº 2 de este Módulo), un Kalpa representa el ciclo de existencia de un universo o mundo, nacido del hálito de Brahma, la Deidad creadora. No hay un ciclo más extenso que el Kalpa, pues él contiene todos los ciclos de ciclos posibles, unidos entre sí por ese hálito que los sostiene y les da la vida. Añadiremos que cuando un Kalpa llega a su fin se produce un Pralaya, la disolución o reabsorción de ese mundo en el seno de Brahma, en lo inmanifestado. A este respecto leemos en el Bhagavad-Gita, libro sagrado de la India: "Al fin de un Kalpa, de un período de creadora actividad, los seres y las cosas vuelven a Mí". El Kalpa es un día de Brahma, y el Pralaya una noche, al finalizar la cual aparece un nuevo Kalpa, y así de manera indefinida, conformando lo que se llama la "cadena de los mundos". Cada Kalpa contiene 14 Manvántaras, y cada Manvántara representa el ciclo completo de una humanidad, el que a su vez se subdivide en cuatro yugas o edades de desigual duración cada una de ellas. Nuestro Manvántara es el séptimo de esa serie y todavía faltarían otros siete para que finalice el Kalpa actual. Decir, en fin, que la palabra Manvántara significa "era de Manú", el cual no es otro que el Legislador universal o Inteligencia cósmica que promulga, de acuerdo a la Sabiduría Eterna, la Ley o Dharma que rige todo el Manvántara desde su principio hasta su fin.

Se dice que el Dharma, simbolizado por un toro en la tradición hindú, se apoya con sus cuatro patas durante el Satya-Yuga o Edad de Oro, lo que quiere decir que se manifiesta en su totalidad, significando con ello que la humanidad en su conjunto vivía en perfecta armonía y unidad con su Principio. Recordemos en este sentido que Satya-Yuga quiere decir "Edad del Ser", o "Edad de la Verdad". La misma raíz Sat la encontramos en Saturno, el regente de la Edad de Oro en la tradición greco-latina (y curiosamente la segunda parte de este nombre es idéntica a la palabra ûrnâ, la perla en la frente de Shiva que simboliza el "sentido de eternidad", o de "eterno presente"). Por analogía entre el orden metafísico y el corporal, ese mismo sentido de totalidad se expresa en la duración temporal de ese Yuga, evaluada como sabemos en 25.920 años, que es un período entero de la precesión de los equinoccios, o lo que es lo mismo 12 "eras zodiacales" de 2.160 años cada una (12 x 2.160 = 25.920). Por el contrario durante el Trêtâ-Yuga, o Edad de Plata, la inestabilidad y el paulatino oscurecimiento espiritual penetran en el mundo, pues el toro del Dharma se sostiene con tres patas (Trêtâ = tres). Esto se traduce en un acortamiento de la duración de esa Edad: 19.440 años, es decir un tercio de la precesión de los equinoccios, o lo que es igual 9 "eras zodiacales" (9 x 2.160 = 19.440). En el Dwâpara-Yuga o Edad de Bronce el toro se apoya tan sólo con dos patas (Dwâpara = dos), dando a entender que el Dharma es comprendido únicamente en su mitad. Precisamente a esa Edad le corresponde una duración que es la mitad de la precesión de los equinoccios: 12.960 años, o 6 "eras zodiacales" (6 x 2.160 = 12.960). Y finalmente en el Kali-Yuga o Edad de Hierro el toro del Dharma se sostiene ya con un solo pie, simbolizando así el gran desequilibrio que distingue la última edad del Manvántara, y muy especialmente a las últimas fases de ésta. La duración de esta Edad es de un cuarto de la precesión de los equinoccios: 6.480 años, ó 3 "eras zodiacales" (3 x 2.160 = 6.480). Kali-Yuga quiere decir "Edad Sombría", la cual comenzó hace más de seis mil años, con lo que está a punto de llegar a su fin, y con ella la de todo el Manvántara. Según los datos de la Ciencia Sagrada esta Edad comenzó con la entrada en la "era zodiacal" de Tauro, alrededor del año 4450 a. C.

 
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EL FIN DE LOS TIEMPOS
 

Cualquier observador neutral puede comprobar en la actualidad ciertos síntomas mundiales como terremotos, sequías, pestes, guerras, catástrofes, degeneración social, sobrepoblación, violencias e injusticias, en una proporción jamás conocida por la humanidad. Estos claros síntomas del fin de un ciclo anunciados por las escrituras judeo-cristianas hasta en sus detalles, también han sido expuestos por las tradiciones hindú, budista, islámica, precolombina, greco-romana, hermética, etc., en abundantísimos documentos.

Pareciera que todos estos accidentes se resolverán por el fuego –por un rayo misericordioso– y que este elemento permitirá la regeneración de esta humanidad que perecerá totalmente y se reintegrará a la niebla de donde provino, para dar lugar a otra, nacida de sus cenizas y gérmenes, la que renacerá a un mundo nuevo y a una Edad de Oro, gracias a los esfuerzos –y la sangre– de iniciados y adeptos, los que posibilitarán la continuidad de la creación. Desde luego que la ignorancia contemporánea desprecia en lo público y oficial este hecho que niega y desconoce –las escrituras dicen que los hombres serán tomados de manera imprevista efectuando sus negocios y mentiras– a pesar de que en lo privado algunos se tocan, aunque tienden a las imágenes literales y físicas y muchos incluso planean 'salvarse' en una especie de Arca de Noé material.

Esta última 'ingenuidad' o, mejor, ilusión, es tan grave como la otra, y los que 'creen' en ella –cuando se dice que no sólo habrá una nueva tierra, sino un nuevo cielo– serán igualmente excluidos del mundo futuro.

La muerte de una civilización es análoga a la del ser individual y nada podrá llevarse éste de material al otro mundo. Sin embargo el hombre resucitará en un cuerpo de gloria si es capaz de acceder al Conocimiento, al Ser, y reabsorberse en el Tiempo para ganar la Eternidad, lo que constituye la verdadera espiritualidad que el iniciado pretende en vida. Y sin duda este cuerpo glorioso, o mejor, esta 'entidad', puede realizarse asimismo de manera grupal.

Por otra parte, debe recordarse que en la infinita armonía de todas las cosas, en donde todo está contado, pesado y medido, el fin de un ciclo y sus habitantes está en íntima relación con el comienzo de otro y el nacimiento de una nueva humanidad, que nada tiene que ver con ésta, la cual, es obvio, no puede subsistir por la propia dinámica de su multiplicación.

 
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MARSILIO FICINO
 

Cuando en 1450 Cosme de Médici confía al todavía muy joven Marsilio Ficino (1433-1499) la creación de la Academia Platónica de Florencia, se estaba dando un paso fundamental para lo que iba a ser un nuevo resurgimiento de la Tradición Hermética, después del relativo oscurecimiento acaecido desde el final del Medioevo. Para encontrar las causas que hicieron posible la realidad de esta Academia (convertida en el centro intelectual más importante de la época), debemos retroceder hasta el año 1439 en que, con ocasión de celebrarse un concilio, acuden a Florencia sabios procedentes de diversos países y religiones, entre los que se hallan también los filósofos neoplatónicos bizantinos. Estos últimos traen consigo todo el saber hermético y platónico conservado intacto en la ciudad de Bizancio (anteriormente Constantinopla) desde los tiempos alejandrinos, y que sólo en parte había sido difundido por el Occidente Medioeval. Entre esos filósofos es Gemisto Pletón el que más directa influencia ejercerá sobre la Academia Platónica, pues por su mediación Marsilio Ficino y su círculo esotérico traducirán del griego todos los libros del Corpus Hermeticum (en el Medioevo únicamente fue conocido el Asclepios en versión latina), los "Oráculos Caldeos", y las obras de Platón, Proclo, Jámblico, Plotino, Dionisio Areopagita, Porfirio, Sinesio, por sólo citar unos cuantos. Debe señalarse que para Ficino, traducir es sobre todo una forma de transmitir la tradición, teniendo en cuenta además que estas tres palabras –traducir, transmitir y tradición– equivalen a una misma realidad, ya que todas ellas proceden de idéntica raíz etimológica. En este sentido, conviene recordar que el mismo conocimiento simbólico transmitido por las culturas tradicionales es una traducción al lenguaje y entendimiento humanos de las verdades y arquetipos eternos. Así, traduciendo, comentando y prologando las obras de la antigua sabiduría, Ficino se convierte en un fiel intérprete de ella. En el prólogo que hizo al Poimandrés, Ficino establece la genealogía mítica y espiritual que, como una cadena de oro, la "cadena áurea", unifica por encima del tiempo y del espacio a la ilustre familia de los filósofos herméticos, "cuyo origen está en Mercurio y el apogeo en Platón". Retengamos un párrafo de dicho prólogo: "En el tiempo en que nació Moisés, florecía el astrónomo Atlas, hermano del físico Prometeo (filiación ésta que sin duda se refiere al origen único del cielo y la tierra), abuelo materno del antiguo Mercurio, cuyo nieto fue Mercurio Trismegisto, el más grande de los sacerdotes y reyes". A este rey-pontífice se le debe la instrucción "de Orfeo, quien reveló los misterios a Aglaofemo, sucedido por Pitágoras, que tuvo como discípulo a Filolao, maestro de Platón". Considerándose a sí mismo como un eslabón más de esa cadena, Ficino producirá una obra propia que perpetuará la memoria de la 'raza divina y heroica', 'dueña de los siglos', adaptándola a las circunstancias de su tiempo.

Por la profunda huella que dejaron en el arte y la filosofía hermética del Renacimiento, merecen destacarse de esa obra la Teología Platónica y De la religión cristiana, en las que se manifiesta la universalidad de un pensamiento que fue capaz de combinar los misterios de la cosmología y de la metafísica platónicas con los de la revelación cristiana, síntesis anunciada ya por los primeros Padres de la Iglesia y sus sucesores medioevales, y asimismo por Nicolás de Cusa (1401-1464), el doctor de la docta ignorantia, que tan gran influencia ejercería sobre el propio Ficino y sobre su discípulo Pico de la Mirándola, y a través de ellos en todos los neoplatónicos renacentistas. Por otro lado, el esoterismo impulsado por Ficino puede verse como una reacción contra el 'escolasticismo' aristotélico, que en su degradación estaba incubando los gérmenes de lo que siglos más tarde daría lugar al racionalismo cartesiano.

Al decir de su discípulo Policiano, Ficino fue "un nuevo Orfeo que rescató de los infiernos a la Eurídice platónica". En efecto, el eje alrededor del cual se edificó dicha obra fueron los himnos órficos, en los que el maestro descubre, velados bajo el lenguaje evocador de la poesía, los más sublimes secretos, pues según afirmó Dionisio Areopagita, "el rayo divino no puede alcanzarnos a menos que esté cubierto de velos poéticos". Esos velos son los propios dioses, o mejor, las emanaciones que éstos manifiestan al hombre por mediación de las musas mensajeras –hijas de Zeus y la Memoria– y por las Gracias. Ficino, al igual que Pico de la Mirándola, mantenía que los dioses del panteón órfico eran dioses 'compuestos' o 'híbridos', investidos del poder de la mutabilidad, adquiriendo con ello todas las formas. Pero esa mutabilidad es posible por el autosacrificio del Ser, que al fragmentarse y dividirse da lugar al orden cosmogónico, regido por los mismos dioses. Por otro lado, que un dios contenga a su contrario, o que necesite de su opuesto para expresar la totalidad de sus atributos, no resulta para nada extraño a un mago renacentista como Ficino, para quien el universo es una estructura tejida por las constantes relaciones, tensiones y luchas entre energías opuestas que, sin embargo, perpetuamente se equilibran y armonizan, atraídas por la fuerza del Amor, inseparable de la Belleza, la puerta por donde se accede a la identidad con el Conocimiento y la Sabiduría.

En su tratado De Amore (comentario al Simposio de Platón), Ficino dejó escrito: "Todos los dioses están ligados unos a otros por una especie de caridad mutua, de tal manera que puede decirse en justicia que el amor es nudo y vínculo permanente del universo". Nótese cómo se corresponde esta concepción con lo expuesto por la doctrina cabalística, pues es en Tifereth (el Amor o Belleza), como corazón axial del Arbol de la Vida, donde hallan su equilibrio todas las oposiciones sefiróticas. En el mismo orden de ideas, habría que ver lo que al respecto dice el propio cristianismo, para el que la caridad, o amor, está situada en la cúspide de las virtudes teologales, que por ser tales pertenecen al dominio de la ontología, por encima del cual sólo se encuentra la metafísica. No es casual, pues, que entre los neoplatónicos renacentistas perviviera una secreta filiación que entroncaba con la enseñanza iniciática de los "Fieles de Amor" medioevales. Además, representar ciega o con los ojos vendados la deidad del amor (por ejemplo, el Cupido de "La Primavera" de Botticelli, pintor integrado en el círculo de Ficino) era una forma de ejemplificar que los más elevados misterios, ocultos en las "tinieblas más que luminosas del Ser", no se pueden aprehender por los solos sentidos corporales, sino por medio del alma purificada, recogida en sí misma en el arrebato del éxtasis amatorio que antecede a la unión con lo inefable.

 
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LA TRADICION HERMETICA
 

En el acápite "El Hermetismo Alejandrino" (Nº 18 de este Módulo III) aludimos al origen antediluviano y atlante de la Tradición Hermética, recogiendo lo que a este respecto se menciona en ciertas leyendas acerca de la existencia de un mítico "Hermes de Hermes" que vivió "antes del Diluvio". Esas mismas leyendas refieren que de ese Hermes Arquetípico nacen el "Hermes caldeo" y el "Hermes egipcio", es decir las dos grandes civilizaciones que dentro del Kali-Yuga, y junto a las precolombinas, se cuentan entre las herederas más importantes de la Tradición Atlante, en la que residía un poder espiritual directamente emanado del Centro Supremo o Tradición Primordial. El Hermes egipcio no es otro que Thot, el escriba divino y depositario de la Ciencia Sagrada, aquel que es llamado "Señor de la Sabiduría", "el Misterioso" y "el Desconocido", pero al mismo tiempo intermediario entre el Cielo y la Tierra, pues "sin su conocimiento, nada puede ser hecho entre los dioses y los hombres".

Esa función intermediaria pasará a formar parte del Hermes griego y el Mercurio romano, el Dios que encontramos en las encrucijadas de la vida y nos guía por el camino del Conocimiento. A ambos, como sabemos, se los representa con alas en la cabeza y los pies, testimoniando así esa naturaleza intermediaria y aérea que une lo inferior a lo superior, y portando además el caduceo como insignia de su función axial, y con el que realiza el vínculo y la unión entre los tres mundos o planos de la Existencia universal, presentes también en el microcosmos humano. Thot-Hermes-Mercurio conoce, pues, "todo lo que está oculto bajo la bóveda celeste y en las entrañas de la tierra", es decir la totalidad de los misterios del Cosmos, y ese conocimiento lo dona a su estirpe (a quienes ligan con su influjo espiritual) mediante la revelación de un código simbólico que cristaliza en las distintas artes y ciencias de la Cosmogonía (las que han dado forma a la cultura y a la civilización de Occidente), incluyendo los libros sagrados y sapienciales inspirados directamente por el propio Hermes, como es el caso de los que componen el Corpus Hermeticum, sin olvidarnos de todos aquellos que nos han sido legados por los adeptos y maestros de esta Tradición, que continua estando tan viva y actual como lo ha estado desde sus orígenes.

Del Corpus Hermeticum queremos extraer los siguientes fragmentos:

"¡Deteneos y recuperad la sobriedad! Mirad a lo alto con los ojos del corazón –si no todos, al menos aquellos que sean capaces. El mal de la ignorancia inunda toda la tierra y acaba por corromper al alma aprisionada en el cuerpo, impidiéndole atracar en el puerto de la salvación. No os dejéis arrastrar por esta enorme corriente, aprovechar el reflujo, los que podáis, y atracad en el puerto de la salvación. Buscad entonces un guía que os coja de la mano y os conduzca hasta las antepuertas del Conocimiento. Allí brilla la luz, limpia de toda oscuridad. Allí nadie está embriagado. Todo el mundo está sobrio y observa con el corazón a aquel que desea ser visto, que no se deja oír ni describir, que no puede ser visto con los ojos sino con la mente y el corazón. Pero primero debéis arrancaros la túnica que lleváis puesta, el vestido de la ignorancia, el fundamento del mal, la cadena de la corrupción, la celda tenebrosa, la muerte viviente, el cadáver sensible, la tumba que lleváis de un lado a otro, el ladrón que habita en vosotros, el que odia a través de lo que ama y siente envidia a través de lo que odia". Poimandrés VII, 1-2.

"Tal va a ser la vejez del mundo: falto de piedad, desorden, desprecio por todo lo bueno. Cuando todo esto acaezca, Asclepio, entonces el Señor y Padre, el dios cuyo poder es soberano, gobernador del dios primero, contemplará esta conducta y estos crímenes insensatos y por un acto de su voluntad –que es la benevolencia de dios–, se enfrentará a los vicios y la perversión de todas las cosas, enderezará los errores, purificará la maldad con un diluvio o consumiéndola en llamas, o acabará con ella difundiendo por todas partes enfermedades pestilentes. Entonces restituirá el mundo a su belleza antigua, de tal modo que el propio mundo volverá a parecer que merece maravilla y culto, y, con constantes bendiciones y ceremonias de alabanza, la gente de estos tiempos honrará al dios capaz de hacer y restaurar una obra tan grande. Y esta será la génesis del mundo: una reforma de todas las cosas buenas y una restitución muy sagrada y piadosa de la misma naturaleza, reordenada en el curso del tiempo...". Asclepio, 26.

 
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LOS SIGNOS DE LA RENUNCIA
 

A veces este universo se torna muy pequeño, casi como un juguete o un teatro de marionetas, una ilusión por cuya realidad apenas uno apostaría si no fuera porque de momento se encuentra dentro, viviendo y sufriendo en y con él constantemente. Pues separado de su sentido simbólico y teofánico, sólo es un multicolor decorado de fenómenos más allá del cual empieza lo que es verdaderamente ilimitado y real. Si algo nos 'salva' precisamente de este mundo, permitiéndonos vivirlo lo más armoniosamente posible, no es él mismo o las cosas que en él existen, sino la comprensión de lo que lo excede y trasciende. Y sólo es la fe, nacida de la intuición directa, lo que nos permite seguir y comprender la ignorancia de nuestras dudas. Y cuando decimos 'mundo', nos referimos también a los 'diez mil seres' que lo pueblan, siendo éstos una prolongación suya microcósmica y transitoria, así como sus afectos, pasiones, instintos, ambiciones y anhelos. Prisionero de una limitada visión de su existencia, difícilmente el ser humano concibe la idea de traspasar el umbral que lo separa del 'más allá', tanto como de superar el sufrimiento que implica perder todo aquello que ama y que desea retener. Para una cultura que no concibe otra realidad que la material, la muerte y el sufrimiento, tanto como la vida misma, son un absurdo completo, un interrogante para el cual no hay más explicación que el encogimiento de hombros, o las más disparatadas suposiciones. Es una visión sin esperanza ni consuelo que termina por fomentar un odio instintivo y destructor hacia todo, hacia el mundo mismo, produciendo nihilismo y escepticismo.

La impermanencia de las cosas, la irrealidad del mundo, es la que hace intuir desde el principio a Siddhartha (el futuro Buddha Gautama Shakyamuni), la Liberación o la Unión (Yoga) con la única y verdadera Realidad Inmutable. Y es éste el mensaje básico del budismo, tanto como del cristianismo, predicando ambos la renuncia a los bienes o desdichas pasajeros de este mundo, a su ilusoria realidad. En efecto, en los tres primeros viajes fuera del recinto de palacio, en donde lo tiene resguardado su padre, Siddhartha contempla por primera vez la enfermedad, la vejez y la muerte. Su visión confirma sus intuiciones, todo es sufrimiento porque toda acción deseosa de 'resultados' fijos produce una fricción que desgasta. Todo es un continuo consumo o agotamiento, que se renueva para seguir desgastándose. La única escapatoria de esta rueda inexorable (Samsâra) es la no-acción, o la renuncia a sus frutos, a la 'recompensa'. Y como su marcha exterior no puede pararse, pues sigue unas pautas cíclicas de causa-efecto invariables, es sólo por la vía interna que puede efectuarse esta salida (pues el centro siempre reside en el interior de las cosas), siendo su realidad inmutable, no afectada por los cambios continuos de la periferia.

Podemos ver que en las circunstancias cíclicas que nos ha tocado vivir, esta doctrina es una auténtica medicina, un consuelo para el alma que, hoy más que nunca se intuye alejada de su verdadera patria, exiliada en este 'valle de lágrimas'. En efecto, el deseo y la pasión son los verdaderos motores de la acción (karma), los cuales jamás pueden verse satisfechos pues la acción, por sí misma, jamás conduce al reposo, sino que genera indefinidamente acciones y reacciones secundarias. Acabar con los deseos y pasiones, mediante el conocimiento de la Cosmogonía como soporte del ser y paso a la metafísica, es dejar de echar leña al fuego, y por lo tanto liberarse de la continua necesidad de hacer o de tener.

 
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EL ATRAVESAR LAS AGUAS
 

"Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la faz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: 'Haya luz'; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero.

Dijo luego Dios: 'Haya firmamento en medio de las aguas, que separe unas de otras' y así fue. E hizo Dios el firmamento, separando aguas de aguas, las que estaban debajo del firmamento de las que estaban sobre el firmamento. Y vio Dios era bueno. Llamó Dios al firmamento cielo, y hubo tarde y mañana, segundo día." (Génesis I, 1–8).

El recorrido del alma hacia los estados más internos y sutiles del ser, es representado por varias tradiciones como un 'pasaje' a través de las aguas. El iniciado debe atravesar las aguas inferiores de su psiquismo individual buscando el arribo a las aguas superiores que se hallan sobre el firmamento.

Entre los antiguos egipcios el recorrido que hace el alma una vez que se libera de su morada terrestre es representado ritualmente como un viaje que se efectúa en una barca, cruzando las aguas. Sin embargo, es importante recalcar que para que éste se realice no es necesaria la muerte física, pues la muerte iniciática hace que el adepto logre una verdadera separación de su circunstancia individual y de la literalidad de su cuerpo carnal y pueda emprender en vida este viaje a través de las aguas hacia su morada eterna.

El modo como se simboliza ese pasaje es variado:

a) Algunas veces se mira como un viaje desde la fuente del río hacia el mar, en cuyo caso el océano representa las aguas superiores, siendo la desembocadura como una 'boca' o una 'puerta' por la que se pasará de lo cósmico a lo supracósmico.

b) Otra forma de visualizarlo es como el cruce de una orilla a otra del río, lo que se expresa con el símbolo del puente que une sus dos márgenes opuestas. En este caso cada orilla simboliza un grado diverso del ser, correspondiendo una a la tierra y la muerte y otra al cielo y la inmortalidad. Este símbolo –que también se relaciona con el arco iris–, representa aquella entidad intermediaria que permite que las energías celestes desciendan al mundo terrestre y que la tierra se comunique con el cielo. El puente es un lugar de pasaje, de pruebas y peligros, y el atravesarlo constituye el paso de la tierra al cielo. Inversamente ese 'pasaje' ya ha sido realizado por cada uno de los seres individuales que, proviniendo de un Principio único, devinieron en criaturas manifestadas; y la verdadera labor del hombre ha de ser –según la Tradición– la de reencontrar o 'recordar' el camino de retorno que lo lleve a su origen, atravesando ese puente invisible que une estados simultáneos del ser. La palabra pontifex (pontífice), significa "constructor de puentes", y de hecho el propio Papa o Hierofante (ver el número 5 de los Arcanos Mayores del Tarot), siendo un mediador que conecta lo divino y lo humano, es él mismo, por lo tanto, un verdadero puente que comunica al hombre con su realidad espiritual. Se dice que ese puente es angosto y –como en el simbolismo de la puerta– que permite el paso sólo a los 'elegidos', únicos capaces de lograr la identidad real con los estados más sutiles del Sí Mismo.

c) Otra forma de representar ese paso a través de las aguas, es mediante el símbolo de remontar el río hacia su fuente original, navegando contra la corriente. En este caso el océano de donde se parte significa las aguas inferiores; la corriente contra la que ha de realizarse el recorrido, son las fuerzas que tratan de impedir el ascenso; y la fuente es el origen y el destino –la identidad inmutable– del ser verdadero y eterno.

Por último, es interesante hacer notar que en todos estos simbolismos del atravesar las aguas se apunta la necesidad de un paso por la muerte que las propias aguas –la "corriente de las formas"– simbolizan.

"Es propicio atravesar las grandes aguas". "Es propicio ver al Gran Hombre". (I Ching).

 
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LA INICIACION II
 

Queremos tocar nuevamente el tema de la Iniciación y su posibilidad real y se deben hacer algunas precisiones.

En primer lugar se debe aclarar que la Iniciación verdadera es un proceso íntimo, secreto, donde el hombre cambia el contenido de sus imágenes mentales a través de la reforma total de su psiquis y por lo tanto incluye una muerte al mundo conceptual profano, lo cual es una reconversión del ser, y por lo tanto va seguida de un nuevo nacimiento a un estado diferente. También se ha señalado que hay dos de estas muertes y por lo tanto tres nacimientos, dos iniciáticos y el profano, y estos nacimientos son perfectamente efectivos y reales, claramente indicados por ciclos y señales, para quien participa de ellos.

La vía es la Simbólica, como ciencia de las correspondencias y las analogías, y los ciclos, ritmos, frecuencias y cadencias en que estos símbolos se manifiestan en el ser y su entorno. O sea la vía del Conocimiento, apoyada por prácticas físicas y comprobaciones psicológicas como soportes del Ser y su verdadera realización Metafísica: en suma, la búsqueda y efectivización del tercer nacimiento, es decir, el ingreso a los Misterios mayores. Para eso esta Introducción a la Ciencia Sagrada cuenta con los elementos invisibles –energías espirituales– que exteriorizados a modo de lecciones permiten encauzar el recorrido iniciático del Adepto. Estos elementos toman la forma de la Tradición Hermética, por un lado, por otro la comparación del mensaje de esta Tradición –y las experiencias vitales que el estudio y la inmersión en ella traen aparejados– con otras manifestaciones tradicionales –religiosas o no–, las que conforman la Tradición Original, Universal y Unánime.

 

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