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CABALA
 

Ya hemos hablado de las tres letras madres, las siete dobles y las doce simples del alfabeto hebreo. A continuación presentamos tres cuadros donde esas letras figuran con su lugar en el alfabeto, su valor, y en particular con un determinado signo al que están vinculadas de modo simbólico.

Se recuerda al lector que la Cábala constituye un manantial de interrelaciones y asociaciones de imágenes que posibilitan la facultad de conocer de manera intuitiva y directa.

Las tres madres son:

LUGAR NOMBRE VALOR SIGNO
1 Alef 1 El hombre
13 Mem 40 La mujer
21 Shin 300 La flecha

Las siete dobles son:

LUGAR NOMBRE VALOR SIGNO
2 Beth 2 La boca
3 Guimel 3 La mano que coge
4 Daleth 4 El seno
11 Kaf 20 La mano que aprieta
17 Fe 80 La boca y la lengua
20 Resh 200 La cabeza del hombre
22 Tav 400 El tórax

Las doce letras simples son:

LUGAR NOMBRE VALOR SIGNO
5 He 5 El aliento
6 Vau 6 El ojo y la oreja
7 Zayin 7 El camello
8 Heth 8 Un campo
9 Teth 9 Un techado
10 Iod 10 El índice
12 Lamed 30 El brazo abierto
14 Nun 50 Un fruto
15 Samekh 60 Una serpiente
16 Ayin 70 Una soga
18 Tsade 90 Un techado
19 Qof 100 El hacha

Nota: En distintas interpretaciones cabalísticas estos signos varían y adquieren diversos significados en virtud de las diferentes asociaciones a que se prestan y fundamentalmente en cuanto a la pluralidad de sentidos que los símbolos poseen, sin que tengan por qué invalidarse los unos en beneficio de los otros.

 
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EL ALMA
 

Números y letras conjuntamente forman un código gráfico cuyo origen es teúrgico, ya que en las primeras expresiones de este tipo las grafías son "mágicas" para pasar posteriormente a ser ideogramáticas, es decir, que expresan sus propios sentidos conceptuales. La multiplicación de estos signos y su alteridad hacen posible (por ejemplo en la escala numérica pitagórica) todas las combinaciones y por lo tanto su discurso indefinido, es decir, que fijan simbólicamente la totalidad cósmica, mediante un "sistema" en el que nada queda excluido, salvo lo que nunca podrá ser expresado, origen de cualquier manifestación. Esta es la realidad del símbolo, que revela el orden creacional, en el que todos los seres se hallan comprendidos (y numerados como en los documentos de identidad, donde se utiliza además una convención como las huellas digitales que tampoco en su combinatoria pueden repetirse, valga la comparación). Los pantáculos (pequeño todo) igualmente condensan y cristalizan, tal cual la simbólica alquímica y hermética (Boehme, Agripa, etc.). Ha de señalarse que esta actividad talismánica se encuentra en todos los pueblos. Sólo destacar la escritura maya y los jeroglíficos egipcios. Asimismo se encuentra viva en la actualidad entre los pueblos "primitivos".

Según esto el alma humana también sería un número que se individualizaría en una cifra –o sello– donde siempre está presente la unidad, como la deidad está constantemente implícita de modo inmanente en el desarrollo de cualquier discurso genésico.

Pero más allá de este discurso nada entra ni sale, ni nada existe de ninguna forma, incluso el alma individual o universal, la que por lo tanto no va a ningún lado. Por lo que ligada el alma a la manifestación debemos situarla en el plano intermediario entre el Creador y su obra. Si esto es así, el alma debe conquistarse, o sea, adquirirse un "cuerpo de luz", pues ese es el medio "plástico" (por decirlo de alguna manera) que nos lleva al Ser. Al cual se lo identifica de modo natural con la Unidad aritmética, lo que es a su vez el paso necesario para la concepción del No Ser –el En Sof de la Cábala– y finalmente la de la No dualidad entre Ser y No Ser, la cual es verdaderamente lo que los hindúes entienden como Suprema Identidad. En esta última tradición, al igual que en muchas otras, esta conquista o "activización" de las potencias del alma (el "pulimiento de la piedra" en la Masonería), es una posibilidad que cada ser porta en sí mismo, y asimismo una realidad que le compete específicamente al hombre, y de allí la necesidad unánime de trabajos, pruebas y ritos que efectivizan esta Unión con el Ser, la ontología como paso previo o soporte de la metafísica, o sea el sacrificio de ese Ser (que desde luego ya no es un simple ego) en el altar de "la nube del no saber". Se supone que esta es la última entrega y también el sentido del alma individual, como vehículo, símbolo, o número, o sea como la signatura del Creador –Verbo o Logos– en el mundo; un vehículo de acceso al Espíritu, o sea en la disolución en aquello que lo fundamenta todo, pero que, desde luego, no existe, tal cual los objetos que perciben los sentidos o elabora el cerebro. Asimismo anotar la gran cantidad de confusión que se produce con respecto a estas nociones que, en general, desconocen las religiones abrahámicas.

Si el Misterio más profundo, o sea, la manifestación del No-Ser en el seno de la Creación, es compatible –y aún coetáneo– con lo Inmanifestado, igualmente el alma, que, en su conjunto, no es individual, se concentra en un punto donde se sintetiza, constituyendo el Ser, como el símbolo más claro de la Unidad, a partir de la cual todo es generado, aún en el ámbito de las posibilidades supracósmicas.

A menudo se olvida que todas las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo. Depende a veces de que se adopte uno u otro punto de vista.

La conquista del alma es acceder al propio Destino, o sea ser lo que siempre se ha sido.

 
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GRECIA
 

En el punto de intersección entre el extremo de Europa, Asia Menor y Africa (Egipto) el origen de los pueblos griegos o helenos es indoeuropeo, y a través de este y de la corriente tradicional (Apolínea) venida del Norte, la Tradición Griega expresa una de las confluencias de la Tradición Primordial y la Atlante. Esta unión de las tradiciones será un origen, un oriente [articulado de los siglos VII al V] para un tiempo posterior, que a través del Imperio Romano, y de las sucesivas recurrencias a la Antigüedad que se darán en la historia, llevará los misterios a Occidente sobre la base de un pensamiento mítico. La tradición antigua, representada por Homero (Ilíada, Odisea) y Hesíodo (Teogonía, Los Trabajos y los Días), recoge una Teogonía y Cosmogonía arcaicas, expresadas también a través de una geografía sagrada que es la de la Antigua Grecia, y en las que se conserva la memoria de las 4 Edades de la Humanidad, designadas con los nombres de los metales que simbólicamente les corresponden, Oro, Plata, Bronce y Hierro. Al orden o cosmos tradicional establecido por aquéllas, se une más tarde Apolo, dios de la luz, de la unidad polar y por lo tanto de la armonía, siendo Delfos el centro de toda Grecia, el ómphalos (ombligo), sostén de la unidad de los pueblos que la conformaban, mientras que Eleusis y otros santuarios análogos eran su corazón, como depositarios y transmisores de los Misterios, en los que se hallan también los orígenes sagrados del teatro, pues ellos constituían la representación de las hazañas de los dioses y los hombres en el cumplimiento de aquél destino que tiene por modelo la consecución de la plenitud que corresponde a su Identidad Suprema. Son los misterios de Dionisos-Baco, vinculados con los Orficos, anteriores, y traducidos posteriormente en la epopeya del alma del hombre y del mundo recreada en los de Eleusis; y son asimismo, expresados de otra forma, los del Número, que constituyeron la esencia del pensamiento pitagórico, y que se reproducirán en la Teoría de las Ideas de Platón.

Sócrates, maestro de Platón y heredero de la esencia supraformal del conocimiento, será el que articule ese pensamiento en la adaptación que tuvo lugar, al mismo tiempo que en todo el globo, en el siglo VI antes de Cristo; su diálectica, no obstante, será el arte del obstetra, como él definía su función. El pensamiento griego, recogido por Roma y revivificado por los hermetistas y neoplatónicos del Renacimiento, transmisor también del pensamiento egipcio gracias a Hermes, es uno de los que conforman a Occidente. Tanto hoy como ayer, superar su lectura profana, representada últimamente en la historia de los recientes cuatro siglos, es acceder al ámbito del espacio sagrado, regenerado por la Iniciación que remonta al hombre a la Edad de Oro. Ya la visión platónica fue irrealizable en su tiempo, como la misma muerte de Sócrates anunciaba, y los males de la Grecia histórica, el materialismo, el racionalismo, la falsa dialéctica, y la preeminencia otorgada a la cantidad, son como otros los de un fin de ciclo, y los de un mundo profano que no va en sus estudios más allá de Aristóteles, con el que la ontología se reduce a una perspectiva materialista, y la identidad del ser y el conocer sólo se acentúa en su reflejo analítico, aunque le corresponda asimismo el ordenamiento de buena parte de los aspectos particulares, que es tal cuando no progrede a la sistematización.

Su mitología, las historias de sus dioses y sus héroes y heroínas, han informado el alma de Occidente y alimentado las imágenes de nuestra cultura, y todo ello aun cuando la "estética" haya ocultado el símbolo e incluso se hayan invertido los auténticos valores que ellos encarnaban.

 
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ROMA I
 

Roma aparece en el escenario de la historia cuando los pueblos de la Hélade griega, que descendían en gran parte de la Tradición primordial (el culto que éstos profesaban al Apolo hiperbóreo y al Zeus olímpico es un ejemplo de ello), están en plena decadencia crepuscular. Ya en los orígenes míticos de Roma encontramos la importante herencia de los pueblos helenos, pues como cuenta Virgilio en La Eneida, el príncipe troyano Eneas –héroe solar como Herakles-Hércules– es elegido por Júpiter para fundar en la región del Lacio ("donde antaño Saturno mantuvo su cetro...") una colonia de la que surgiría posteriormente Roma. Por otro lado, en la misma Eneida (libro VI) se cuenta que de Eneas surgiría la estirpe de la que descenderán los más grandes estadistas y emperadores romanos, entre los que destacamos a Julio César y su sobrino César Augusto.

Asimismo casi todos los nombres de los dioses romanos fueron versiones latinizadas de los griegos: Saturno por Cronos, Júpiter por Zeus, Marte por Ares, Mercurio por Hermes, Venus por Afrodita, Minerva por Atenea, Baco por Dionisos, etc. La misma influencia está presente en las artes, la literatura y la filosofía. En este sentido es notoria la influencia de Platón y sus sucesores sobre Cicerón, Varrón, Séneca, Ovidio, Horacio y el ya mencionado Virgilio, el "príncipe de los poetas latinos", sin olvidarnos de todos aquellos filósofos y teúrgos romanos o romanizados que como Nigidius Figulus, Ario Dídimo, Quinto Sextius, Cornelius Celsus y Apuleyo (iniciado en los misterios de los sacerdotes egipcios y conocedor de las doctrinas herméticas surgidas en Alejandría), formaron parte de la escuela neoplatónica y neopitagórica, contribuyendo a la difusión de su pensamiento por todos los rincones del Imperio. Incluso algunos emperadores, como por ejemplo Juliano, participaron enteramente de las ideas platónicas.


fig. 25


Pese a todo ello no debe pensarse que la civilización romana fuera una copia calcada de la griega. Lo que sí es cierto es que a partir de un momento dado ambas conformaron una sola cultura, la greco-latina, que lejos de desaparecer continuó estando viva en Occidente hasta los mismos albores de los tiempos modernos.

Sin embargo, si nos referimos a la tradición romana en sí misma vemos que ésta pertenece al gran tronco de la civilización indo-europea, del que surgirían también los pueblos celtas, hindúes, griegos, germánicos y tantos otros, todos los cuales tenían un vínculo más o menos directo con la tradición primordial. Ese vínculo se manifiesta claramente en los orígenes históricos de Roma con la existencia de los siete reyes legisladores, los cuales son análogos a los siete Rshi de la tradición hindú, seres míticos encargados de conservar y transmitir la Sabiduría y el Conocimiento en cada nuevo ciclo de la humanidad. Y esto es lo que representan los siete reyes con respecto a Roma: transmiten a ésta las ideas-fuerza que permitirán el desarrollo de su civilización. Este es el caso de Numa, que crea el colegio sacerdotal y el primer calendario, y es significativo que su nombre esté invertido silábicamente con respecto al de Manu, que en la tradición hindú simboliza al Ancestro y Legislador primordial, como si efectivamente la función de Numa en relación a Roma fuera idéntica a la de Manu con respecto al conjunto de la humanidad.

Pero el fundador de Roma, aquel que traza los límites sagrados de la ciudad y del que deriva el nombre de la misma, no es otro que Rómulo, el primero de los reyes legisladores. El fue capaz, con la fuerza espiritual que otorga el saberse poseedor de un destino ligado a lo suprahistórico y trascendente, de infundir en los pueblos itálicos (contando entre ellos a los etruscos y a los sabinos) la idea del Imperio bajo el estandarte protector del águila, ave celeste y divina por excelencia. En realidad el Imperio corresponde a una antiquísima concepción tradicional que se remonta a los orígenes mismos de la humanidad, y según la cual aquél representa la expresión del orden celeste y uránico sobre la tierra. En las más altas culturas tradicionales se menciona, bajo distintos nombres, un mítico "Imperio del Medio" donde reside el Monarca Universal (el Chakravartî hindú y budista), el Rey de Justicia y de Paz, el Rey del Mundo, que no es otro que el Verbo divino del cual emana la Ley Eterna reguladora de la armonía y el orden de la creación.

 
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LAS MUSAS II
 

En la cumbre del Helicón, montaña sagrada al norte del Olimpo, se hallaba el altar de Zeus, y en sus laderas las fuentes que otorgaban la inspiración poética a quien bebía de ellas (como la de Hipocrene, surgida de la roca por una coz de Pegaso, o la de Aganipe), de cuyas azuladas aguas (del color del éter) también las Musas beben cuando, cansadas, renuevan su vigor después de bailar en sus prados, en los que a veces se manifiestan a los hombres; igualmente se encontraba en aquel Monte el sepulcro de Orfeo, las estatuas de los principales dioses, y el bosque sagrado a ellas dedicado y donde anualmente se las celebraba junto a Cupido. En sus pendientes nacen las plantas fragantes que tienen la propiedad de privar a las serpientes de su veneno; y en esas laderas, como en las del Pindo y el Parnaso, acostumbra a pacer Pegaso. En este último Monte brotan las fuentes de la inspiración profética: la de Castalia, cuyas aguas se utilizaban como purificación en Delfos y se daban allí a beber a la Pythia, mana de en medio de dos cumbres, una de ellas consagrada a Apolo y a las Musas, y la otra a Dionisos-Baco. A ambas invoca Dante antes de comenzar a cantar el ascenso que narra la tercera y última parte de su Divina Comedia.

De las batallas de estas diosas, se dice que vencieron en duelo a las nueve hijas de Pierio, humanas y mortales, que las habían desafiado en el canto, y a quienes privaron de su nombre. También que en un duelo semejante despojaron a las Sirenas de sus alas y se coronaron con sus plumas, cayendo aquéllas al mar. No obstante es importante señalar que para Platón (en el Mito de Er) y los Neoplatónicos (Proclo) cada Sirena se relaciona con una de las esferas, y su canto con la rotación de ésta, que mueve con sus alas, mientras las Musas presiden sobre cada una de ellas en la ascensión vertical. Según los platónicos, no oímos aquellas notas porque sonaban cuando nacimos y no disponemos de un silencio capaz de contrastarlas; de ahí sin embargo el silencio sagrado revelado en el interior del bosque y vinculado para los griegos con el dios Pan. Y así como la luz solar es un símbolo de la Luz Inteligible, hay un sonido no sensible que es la imagen del Logos, de la Palabra o Verbo creador, cuyos intervalos o proporciones encuentran su eco en el corazón del ser humano, vehiculando las enseñanzas que sólo las Musas otorgan, pues el Cosmos es la Música revelada al hombre:

"Ser instruido en la música, no consiste sino en saber cómo se ordena todo el conjunto del universo y qué plan divino ha distribuido todas las cosas: pues este orden, en el que todas las cosas particulares han sido reunidas en un mismo todo por una inteligencia artista, producirá, con una música divina, un concierto infinitamente suave y verdadero" (Asclepio, 13).

 
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MITRA
 

Deidad de origen indio-iranio y caldeo (vinculado a Varuna, el Cielo, y formando en ocasiones pareja con Ahura-Mazda, el dios salvador, en su lucha con Ahrimán, el aspecto tenebroso de la creación), Mitra fue adoptado por Roma como uno de sus principales númenes tutelares, hasta el punto de ser considerado como el "protector y sostén del Imperio". Es de destacar que la época de su mayor apogeo (entre los siglos I y IV) coincide con el florecimiento de las doctrinas herméticas, gnósticas y neoplatónicas alejandrinas, con las que el mitraísmo tuvo sin duda sus contactos, beneficiándose de muchas de sus ideas. Contactos que también existieron con el cristianismo incipiente, como lo demuestran las numerosas analogías entre las figuras de Mitra y de Cristo, ya observadas por algunos padres de la Iglesia, como Justino y Tertuliano.

Su fiesta principal se celebraba el 25 de diciembre, día del solsticio de invierno, coincidiendo así con el nacimiento del "sol invencible" y victorioso sobre las tinieblas (dies natalis Solis invicti Mitra). Según la leyenda, Mitra nace de la "piedra" (petra genitrix) al borde de un río, portando en sus manos la espada y la antorcha, símbolos asociados a la Justicia y a la purificación por el fuego y la luz de la Inteligencia. Se trata, pues, de una deidad eminentemente solar (los griegos llegaron a vincularlo con el propio Apolo, y también con Hércules), lo que está claramente indicado en la propia raíz mir constitutiva de su nombre, que significa "sol". Así lo testimonia el emperador Juliano (iniciado en los misterios mitríacos por el filósofo neoplatónico y pitagórico Máximo de Efeso) cuando se dirige a Mitra en estos términos: "Este Sol que el género humano contempla y honra desde toda la eternidad, y cuyo culto hace su felicidad, es la imagen viva, animada, razonable y bienhechora del Padre Inteligible". Otro significado de su nombre es el de "lluvia", pero entendida en su aspecto de "rocío" vivificador, símbolo del descenso de las influencias espirituales.

En un antiguo himno iranio se dice que Mitra está siempre despierto y vigilante, observando cuidadosamente todas las cosas. Acude a la llamada de los débiles, y su poder es empleado siempre a favor del género humano. Mitra es, en efecto, el amigo y protector de los hombres, el que les infunde las virtudes heroicas: el valor, la fuerza interior, la lealtad, la fraternidad, y como deidad intermediaria entre el mundo superior y el inferior, es también (al igual que Hermes) el guía que los conduce en su ascenso hacia el origen a través de las esferas planetarias. En este sentido, señalaremos que entre los romanos los misterios de Mitra se dividían en siete grados, en correspondencia con la escala planetaria, pero dispuesta en el orden siguiente: Luna, Venus, Marte, Júpiter, Mercurio, Sol y Saturno. Dichos grados recibían los nombres de Cuervo (Corax), Oculto –o Novio– (Cryphius), Soldado (Miles), León (Leo), Persa (Perses), Correo –o Compañero– del Sol (Heliodromus), y por último Padre (Pater). Los tres primeros constituían un periodo de preparación, durante el cual el adepto debía morir a su condición anterior, lo que está claramente expresado por el Cuervo, cuyo color oscuro simboliza precisamente la fase de la nigredo o muerte alquímica. Durante ese periodo era instruido por la "fuerza fuerte de las fuerzas" y por la "Recta incorruptible", instándole a un "persistir de la potencia del alma en una pura pureza". Los misterios culminaban con la obtención del grado del Padre, a través del cual –como hierofante (pater sacrorum, pater patrum) y jefe de la comunidad mitríaca– se alcanzaba el Principio incondicionado, morada de los Bienaventurados, "en donde no existe ya un aquí o un allí, sino que es calma, iluminación y soledad como en un océano infinito".

Los ritos se celebraban en cavernas y criptas subterráneas, llamadas mitreums, que constaban de dos niveles, uno superior y otro inferior, representando respectivamente el cielo y la tierra. En esas criptas se encontraban figurados los símbolos fundamentales de la cosmogonía hermética: los círculos planetarios, la rueda zodiacal, y los ciclos de los elementos, donde el fuego aparecía como el principal agente purificador. Encima del altar se encontraba la efigie de Mitra en el momento de inmolar con su espada el toro primordial ("Mitra tauróctono"), cuya sangre vertida en tierra la fecundaba, surgiendo de ella el trigo y el "pan de vida", alimento de inmortalidad. Como manifestación de la potencia generadora de la naturaleza, este animal es también el símbolo de los influjos lunares y telúricos, que determinan la existencia del mundo inferior, y que en el hombre se expresan a través de su ánima o energía vital. Es dicha energía, en su estado de "piedra bruta", la que Mitra "doma" y "sacraliza" cuando cabalga al toro, encauzándola en un sentido superior, hasta convertirla en el motor o fuego sutil que hace posible la transmutación y la regeneración.

 
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JESUS
 

Jesús nace en el seno del pueblo judío, y su linaje se remonta a los reyes de Israel, a la casa de David, de la cual desciende. Su nombre hebreo, con el agregado del griego Cristo, identifican a aquél que enviado del Padre para la Redención y la Salvación de la humanidad, gustaba de apelarse "Hijo del Hombre", evidenciando así su doble naturaleza, divina y humana, arquetipo de la composición dual del hombre, símbolo vertical y axial de la comunicación cielo-tierra, hecho a imagen y semejanza de su Creador. Jesús nace oculto en un humilde sitio y es visitado y adorado por tres reyes y magos que siguiendo la luz de la estrella han llegado a conocerlo. Luego va creciendo en sabiduría y bondad y después de sortear varios peligros, en los que sus padres lo protegen, quiere ser bautizado por su primo Juan, el asceta que vive en el desierto, el cual bautiza con agua, mientras que él bautizará con fuego, con su sangre sacrificial simbolizada por el vino. De allí en más se desarrolla una historia iniciática que los Evangelios recogen puntualmente y donde prima el sentido esotérico sobre cualquier otra cosa, a tal punto que si no fuera por este sentido resultaría absurdo lo que se afirma en ellos, por contradictorio e irracional y por lo tanto oscuro y confuso. En los Evangelios florece el conocimiento de la auténtica tradición de Israel, aquélla que acuñara Moisés el Egipcio y que el Salvador hereda y plasma de acuerdo al desarrollo del tiempo y los ciclos y ritmos de todo proceso. Todo está en los Evangelios si se los sabe leer. Su enorme contenido emocional, y su belleza rebasan las interpretaciones racionales y materiales y nos presentan la tremenda y magnífica semblanza del Hombre-Dios y el paradójico recorrido de su vida que acabará en el corazón de la cruz, después de haber sido recibido triunfalmente en Jerusalén y luego de haber pasado por pruebas y atravesado el Jordán varias veces. Allí entrega finalmente la vida y el tiempo y renace definitivamente en la Vida Eterna en comunión con su Padre con el que forma una sola y única substancia revestida de un Cuerpo de Gloria. Tal es aquel hombre histórico y arquetípico, imagen viva del Cristo interno, Universal y Eterno, que dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; también dejó dicho: "Buscad y encontraréis".

 
 
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