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FILOSOFIA PERENNE
 

Algunas personas cuya formación es exclusivamente profana tal vez pudieran sorprenderse de la existencia de una 'Filosofía Perenne', o sea de una serie ordenada de conocimientos interrelacionados, de una doctrina (jamás de un dogma), capaz de explicar a los hombres su propia naturaleza y la del mundo en que viven. Desde luego que esta 'panacea' universal, que diese respuesta a todas las preguntas, calmase las angustias del mundo moderno y suprimiera el sufrimiento provocado por la ignorancia, no podría ser una creación individual (ni mucho menos 'colectiva') sino que es la expresión de una revelación espiritual directa, lograda por distintas personas en diversos lugares, que reviste diferentes formas propias y que, por sobre todo, se halla presente en la entraña misma del ser humano y del cosmos que éste habita. Por lo tanto, la revelación de estos conocimientos arquetípicos no es sólo horizontal e histórica, sino fundamentalmente vertical y eterna, como son las 'ideas', principios que conforman el mundo y que se manifiestan mediante leyes universales que han sido conocidas de modo unánime por las distintas tradiciones que han conformado la Historia de la humanidad a lo largo y a lo ancho de su Geografía. Esta simple observación, que cualquier lector armado de buena voluntad puede constatar personalmente, supone la idea de un modelo universal, de un juego de estructuras inmutables, visibles e invisibles, sin las cuales el mundo y el hombre no serían. De allí la importancia de conocer la cosmogonía como expresión simbólica de la Inteligencia Universal, energía subyacente a cualquier manifestación, tal y como sucede con el pensamiento, que antecede a la palabra. En efecto, este juego de estructuras esenciales se expresa simbólicamente, y es por medio de esas simbólicas y sus analogías y equivalencias como podemos entender la realidad última del cosmos y su instancia final: su naturaleza increada y sin embargo siempre actuante. Es este legado heredado de las grandes tradiciones de la antigüedad una auténtica cosmogonía arquetípica que, como tal, se corresponde con las distintas simbólicas arcaicas, mediante las que se expresa, reactualizando de este modo la realidad del mundo actual, el que aun huérfano de todo conocimiento verdadero sigue constituyendo una auténtica teofanía para todos aquellos que son capaces de comprenderlo. De más está decir entonces que dedicarse al estudio de las disciplinas tradicionales y efectuar sus prácticas con el objeto de despertar las potencias dormidas del alma, constituye un método apropiado para el Conocimiento.

 
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SIMBOLISMOS DE PASAJE
 

La Ciencia Sagrada propone una total conversión de nuestro modo ordinario de ser y una búsqueda perseverante de otros estados más sutiles a los que debemos arribar. La aventura del Conocimiento, como hemos visto, es representada como un viaje o un peregrinaje hacia el Centro del Ser, hacia la Ciudad Santa, es decir hacia nuestra propia interioridad. Ese viaje, lleno de peripecias y peligros nos permite 'pasar', paulatinamente, a otras regiones más internas, y cada uno de esos 'pasos' supone un 'recuerdo', cada vez más nítido, del Sí Mismo, de la verdadera identidad que permanece inmóvil en el medio de nuestro propio corazón. De hecho, todo símbolo sagrado, por su condición vehicular, supone la posibilidad de un 'pasaje', pues tiene la característica de poder transportar al hombre desde la realidad material que le muestran los sentidos hacia la verdad interior que se oculta detrás de la apariencia formal de las cosas y los seres. El símbolo toca los sentidos permitiendo que a partir de esa percepción sensible nos elevemos por su intermedio hacia las regiones invisibles que él mismo representa, posibilitando por lo tanto el 'paso' hacia otros estados y grados de conciencia y vida.

El ascenso y descenso perpetuos que el Ser realiza por las esferas del Arbol Sefirótico, supone un 'paso' por las vías que comunican las distintas sefiroth entre sí, siendo, de acuerdo a la Cábala, 22 los senderos que hemos de cruzar (ver Módulo II, 25), relacionándose cada uno de ellos con una letra del alfabeto sagrado y con una lámina de los arcanos mayores del Tarot.

Hay ciertos símbolos, que queremos ahora destacar, que se refieren específicamente a estos 'pasajes' que han de producirse durante el proceso de la realización de la Gran Obra. Estos, como el del Octógono, el de la Puerta, el atravesar las aguas y el de la Escala, podrán mostrarnos cómo realizar esas travesías por las comarcas de la mente universal. Los pensamientos, cada vez más sutiles, guiados por estos senderos arquetípicos, nos llevarán por pasadizos más y más angostos que desembocarán finalmente en En Sof, la nada ilimitada en la que sólo es el eterno reposo. "A través de Mí conoceréis al Padre".

 
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LAS TRADICIONES ARCAICAS
 

Aquí y allí, en distintos lugares del mundo, conviviendo con la civilización moderna, pueden conocerse distintos grupos que aún viven prácticamente en la 'edad de piedra' o en la de 'bronce', según el vocabulario (jerga) de la 'ciencia' actual. Estos pueblos que aún conservan fragmentos más o menos completos de sus tradiciones originales y viven de acuerdo a ellos, son denominados 'primitivos' por la ciencia oficial, al escapársele el sentido de sus costumbres y ritos y al no poder comprender la mentalidad tradicional que ve en la naturaleza una imagen de lo supra-natural y en el mundo y el hombre una serie de energías invisibles que constantemente lo determinan; por lo tanto se ha supuesto que estos seres, a los que se considera completamente faltos de inteligencia, como estúpidos, o en el mejor de los casos niños que no pueden salir de su pretendida ignorancia, constituyen una especie casi distinta, como de humanoides, muy cerca de los monos, existente antes de que el hombre hubiera podido ser tal gracias a los adelantos y el progreso instaurado por la ciencia.

Va de suyo que un investigador de las tradiciones arcaicas que es un escéptico en materia metafísica y considera la presencia animada de la deidad como algo poco serio jamás podrá entender ese mundo arcaico, e igual sucede con aquél que tiene de Dios una idea exclusivamente religiosa o de tipo moral. Con harta frecuencia estos dos tipos de estudiosos son los que manejan la información oficial, sin realizar ellos mismos que sin la vivencia íntima de lo sagrado es casi imposible hacerse cargo de lo que supone una mentalidad tradicional. Una persona que niega el plano invisible o espiritual, verá en los símbolos sólo elementos utilitarios de tipo literal; por otra parte, un individuo religioso-moral, querrá ver sólo lo que es 'inferior' a sus creencias, lo cual despreciará como basura, o se arrogará el derecho de perdonar la barbarie, o lo que él supone es un paganismo ignorante y supersticioso, incluidos los antiguos ritos griegos iniciáticos de Eleusis y los 'oráculos' de Delfos y el de Zeus en Dodona de Epiro.

En verdad este tipo de criterios podría mejor ser aplicado a los habitantes de las grandes ciudades, los que de acuerdo a la programación del mundo contemporáneo sólo aparecen como autómatas, positivamente esclavos de sus condicionamientos culturales infligidos por la falsa religión de la 'ciencia', lo que equivale a institucionalizar definitivamente la ignorancia.

Las grandes civilizaciones son en realidad una degradación del pensamiento tradicional, donde éste, paradojalmente, alcanza su mayor brillo, antes de sepultarse con su propio ciclo. Y por el contrario, ciertos pueblos arcaicos aún conservan la 'ingenuidad' y el frescor de los orígenes. Deberíamos en ese caso preguntarnos quiénes son los 'ignorantes', o los 'primitivos', y qué autoridad puede adjudicarse el mundo moderno respecto a cualquier clasificación en cada rama de su 'ciencia'. Nada saben los representantes 'oficiales' del pensamiento moderno, y a veces se llega el caso de algunos que toman su propia ignorancia –que debería avergonzarles– como una avanzada con respecto a un nuevo mundo del cual, a través de su incapacidad –institucionalizada como una objetiva postura científica–, ellos fuesen la vanguardia constructora.

 
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ASTRONOMIA-ASTROLOGIA
 

La astronomía es la más antigua de todas las ciencias y es ella la que determina en su origen una civilización, como lo ha hecho con todas las de la antigüedad. Efectivamente, el estudio de los ciclos y los ritmos de los astros genera las pautas en que se fundamentará el pensamiento religioso, político y económico, toda la cultura en definitiva de una sociedad. A partir de allí es posible sacar conclusiones particulares, basadas en cálculos, relaciones y analogías, que se corresponden con un concepto reiterativo y circular del tiempo, lo que da lugar a las predicciones sobre acontecimientos cíclicos, y por tanto reincidentes, que son estudiadas por la astrología, o astronomía judiciaria (como se le llamaba en la antigüedad). El ciclo más corto y más fácil de observar es el lunar que en 29 días y fracción (28 días para el pensamiento antiguo, dividido en 4 semanas de 7 días) realiza un recorrido y retorna al mismo punto. Esto, sin considerar la carrera del sol en el día, o sea, la diferencia que va entre el día y la noche. También la luna admitió el estudio de ciclos mayores, el de sus eclipses, que según observaron los caldeos se producían en el mismo orden después de 223 meses lunares. El más importante de estos ciclos mayores de los astros es el de la precesión de los equinoccios, que se reitera cada 25.920 años (26.000 en números 'redondos') establecido para la cultura occidental por Hiparco de Nicea, y otros sabios tradicionales. Se llama bóveda celeste, o firmamento, a una semiesfera cuya línea de contacto con la tierra es el horizonte, y cuyo centro se encuentra en el ojo del observador. Si éste se mueve, el horizonte se desplaza. Igualmente si el espectador contempla un astro, la recta o rayo visual que va al centro del astro, determina un punto en la bóveda celeste, que es la proyección del astro sobre ella, y como la distancia que va de la tierra a los distintos astros es inmensa (recordemos que la que separa a nuestro planeta del sol es de 150 millones de kms.), en relación con el diámetro de la tierra (6.378 kms.), se supone que los astros se mueven en una esfera ideal, de radio indefinido, a la que se denomina esfera celeste y cuyo centro, asimismo, se encuentra en el ojo del contemplador.

En realidad lo que el observador ve son las proyecciones de los astros sobre el firmamento y no los desplazamientos verdaderos de los astros. Además se considera a la tierra como un punto coincidente con el centro de esta esfera celeste. Por lo que puede verificarse que aun la astronomía actual sustenta y parte del punto de vista geocéntrico, o mejor, antropocéntrico, para construir todas sus especulaciones –y no podría ser de otra manera– pese a que la ignorancia y la vulgarización general pongan un énfasis pomposo y engolado sobre el heliocentrismo (perfectamente conocido por la antigüedad, según puede verse en el papel primordial asignado unánimemente al sol) como conquista científica antes de la cual nada se sabía de astronomía. Es decir, que los que rechazaron a Nicolás Copérnico (autor de De Revolutionibus, publicada en 1543, en la que sostenía el heliocentrismo, basado precisamente en la astrología antigua) son los mismos ignorantes que afirman enfáticamente hoy su sistema como oficial, sin comprenderlo, y sin saber incluso que la astronomía actual se fundamenta en la tierra y el hombre, y en ningún momento toma un punto de vista ajeno a ellos, lo que por cierto sería totalmente absurdo e imposible. Vale lo mismo una descripción geocéntrica o antropocéntrica de la tierra (comparada con la heliocéntrica) y en la práctica la astronomía actual la sigue utilizando; lo mismo ha sucedido con respecto a Einstein y al fenómeno de la luz. Sin embargo, es tal la confusión del mundo moderno y nuestros contemporáneos 'científicos' que son predecibles sus aberraciones y anomalías hoy computarizadas, fomentadas por la mala fe y el mismo odio que llevaron a prohibir la obra de Copérnico, –y poco más tarde a Giordano Bruno a la hoguera y que obligaron a abjurar a Galileo–, uno de los sabios herméticos y esotéricos del precisamente llamado Re-nacimiento en relación con las culturas de la Antigüedad.

Nota: Si bien las claves o llaves de las antiguas ciencias astrológicas parecen haberse perdido, los fragmentos que nos han legado permiten la especulación y en muchos casos nos asombran con la justeza de sus interpretaciones en la aplicación a los hechos cotidianos de la existencia.

De todos modos quiere dejarse claro que la Astrología (derivada de la Astronomía) es una simbólica perfectamente válida, como cualquier otra, para tratar de describir y 'aprehender' la 'realidad' siempre multifacética y pluridimensional. Un sistema clasificatorio de nociones inspirado en los movimientos cíclicos y rítmicos de los cielos y sus influencias determinantes en el mundo y el hombre. Una ciencia tal, estudiada bajo la luz de la Tradición Hermética, es un instrumento más en la búsqueda del Conocimiento.


fig. 40

 
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LAS TRADICIONES
 

A lo largo de nuestro Programa nos hemos referido con frecuencia a muchas de las tradiciones todavía vivas o ya desaparecidas. Y siempre hemos destacado el hecho de que en esas tradiciones existe una identidad en cuanto a sus símbolos, ritos y mitos principales, pues todas ellas emanan de una sola y única Tradición, llamada primordial precisamente por su condición esencialmente vertical y supra-histórica, lo que le ha permitido sustraerse a los cambios del devenir cíclico, conservando íntegramente el Conocimiento (la Gnosis) y la posibilidad permanente y salvífica de poder ser encarnado por el hombre de cualquier tiempo y lugar. Esto vale también para nuestra época, en la que a pesar de su extrema oscuridad todavía siguen vivas en diferentes lugares de la Tierra determinadas culturas tradicionales que no han perdido su vínculo con la Tradición Primordial, otorgando la influencia espiritual-intelectual imprescindible para iniciar el camino que nos lleve a la realización interior y a la identidad con el Sí Mismo.

Sin embargo, no podemos desconocer el hecho de que todas las tradiciones actuales sufren, en mayor o menor medida, una degradación con respecto a lo que fueron sus valores originales, aunque esa degradación afecta más bien a la forma exterior de que necesariamente se revisten (y que no es ajena a las condiciones espacio-temporales), pero no a su fondo, a su núcleo y esencia metafísica revelada a través de sus códigos simbólicos.

– Por un lado tenemos a las tres tradiciones abrahámicas: el judaísmo, el cristianismo y el islam, también llamadas las "tradiciones del Libro": la Biblia para las dos primeras y el Corán para la tercera. Se da la circunstancia de que en estas tradiciones el aspecto religioso o exotérico prevalece desde hace mucho tiempo sobre su esoterismo (la Cábala para el judaísmo y el sufismo para el islam), el cual es prácticamente desconocido para la gran mayoría de sus practicantes, apegados a la letra pero no al espíritu de su tradición. No obstante en estas tradiciones subsisten todavía pequeños grupos o individualidades que continúan transmitiendo las enseñanzas del verdadero esoterismo a personas que lo buscan con rectitud de corazón.

– La tradición hindú es de todas las existentes la que quizás conserva de manera más completa la doctrina metafísica, expresada fundamentalmente a través de los Vedas y los Upanishads, que como todos los libros y textos sagrados están inspirados directamente por los dioses, es decir que su origen es no-humano.

– El budismo en sus dos grandes versiones: hinayana (o "pequeño vehículo") y mahayana (o "gran vehículo"). En este último es donde se han mantenido con mayor pureza las enseñanzas del Buda, siendo el que penetró en el Tíbet procedente de la India, donde incorporó elementos de las tradiciones autóctonas, dando lugar al lamaísmo. Actualmente el budismo lamaísta no sólo está expandido por Oriente, sino también por distintas ciudades de Europa y América.

– El taoísmo nace de la antigua tradición china o extremo-oriental, de la que constituye su aspecto más auténticamente metafísico y cosmogónico, anotando que también existe una alquimia taoísta (al igual que una alquimia hindú) con muchos puntos en común con la alquimia occidental. En la misma China surgió el zen, o zen-budismo, nacido de la síntesis entre el taoísmo y el budismo mahayana. Actualmente la escuela zen está arraigada sobre todo en el Japón, país que por otro lado sigue conservando su antigua tradición, el shinto, de características muy similares al confucianismo chino.

– Asimismo hemos de considerar la presencia de la gran tradición precolombina, todavía viva aunque de forma fragmentaria a lo largo y ancho de toda América, así como constatar la existencia del jainismo hindú y los parsis zoroastrianos, sin olvidar los numerosos pueblos "primitivos" de Africa y Oceanía, que en términos generales constituyen todas aquellas culturas mágico-religiosas que se incluyen en lo que se entiende, o mejor, se mal entiende, por "chamanismo".

– Pero es particularmente en la Tradición Hermética donde ponemos nuestro énfasis, ya que esta síntesis propia de los pueblos occidentales –y la más apropiada para ellos–, no es de ninguna manera un sincretismo por tener un origen múltiple (como tampoco puede ser considerada tal la tradición de griegos y romanos, nacida del pensamiento egipcio-caldeo e indoeuropeo, o el islamismo entroncado directamente con Israel y el cristianismo, o el budismo, emanado del hinduismo, etc.) sino una tradición viva, que incluso puede rastrearse históricamente a lo largo de la formación de Europa y América, la que ha dado innumerables adeptos del Arte: alquimistas, astrólogos, artistas y filósofos, que de manera ininterrumpida han nutrido y signado la vida de Occidente, creando instituciones, que como en el caso de la Francmasonería, resguardan el contenido de la Tradición Unánime.

 
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LA PUERTA
 

"Tenía un muro grande y alto y doce puertas, y sobre las doce puertas doce ángeles y nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel: de la parte del oriente, tres puertas; de la parte del norte, tres puertas; de la parte del mediodía, tres puertas, y de la parte del poniente, tres puertas" (Apocalipsis XXI, 12–13).

El despertar gradual de la conciencia puede ser visualizado como la apertura de puertas que permite que el pensamiento 'pase' a otras regiones y que el adepto vaya conociendo los grados invisibles del ser. La puerta supone siempre una salida y a la vez una entrada, pues cuando la atravesamos salimos de un espacio mental para ingresar a otro; y son varias las que hemos de cruzar, cada vez más estrechas, durante el proceso de la transmutación. La Iniciación en los Misterios abre la puerta que separa al mundo ordinario y profano de aquél otro sagrado donde el espacio y el tiempo recuperan su verdadera significación.

Ya nos referimos a la Puerta dentro del simbolismo constructivo y queremos ahora hacer ciertas observaciones acerca del 'pasaje' que este símbolo evoca. Hemos visto al templo como modelo del cosmos y como símbolo del espacio interior del hombre. Su puerta exterior sirve de separación –y a la vez como punto de unión– entre el atrio –donde predominan la multiplicidad y el caos del mundo ordinario– y el espacio interno en el que reinan el orden y la armonía de lo sagrado y significativo. El iniciado, gracias a los rituales que lo cualifican para entrar, atraviesa ese umbral, muriendo a los estados inferiores y exteriores y renaciendo a una vida interior en la que las posibilidades superiores despiertan.

Esta Iniciación, o puerta de entrada a los mundos invisibles, está representada en el Arbol Sefirótico por la esfera 9, la que a su vez se relaciona con la lámina número 12 de los Arcanos Mayores del Tarot. Es interesante la relación que podemos hacer entre esta esfera –Yesod, el Fundamento– y el símbolo cristiano de Pedro (que fue crucificado con la cabeza hacia abajo, como es la posición de "El Colgado") que es la piedra de fundamento sobre la que la Iglesia se levanta. En este sentido no es casual que sea el propio Pedro el portador de las llaves –o claves– que abren las puertas del reino de los cielos.

Por otra parte, esta primera puerta está también relacionada con el símbolo de la caverna y en ambos casos el iniciado, una vez que ha ingresado al espacio interior debe atravesar por el laberinto que finalmente lo conducirá –si no se pierde– al centro o corazón del templo en el que se ubica el ara o altar. En el simbolismo cristiano vemos cómo en este espacio central (guardando al cáliz o copa, espacio vacío o receptáculo de la Shekhinah), hay también otra pequeña puerta que sólo abre el sacerdote y que cubre al misterio de los ojos profanos. Esta puerta se ubica en Tiferethsefirah central que hemos de traspasar, naciendo de arriba, para empezar a vislumbrar la realidad oculta sobre 'la superficie de las aguas'.

Habiéndose recibido el bautizo de agua que abre la primera puerta, y una vez realizado el recorrido horizontal y laberíntico entre esa puerta exterior y su centro o corazón en el que se recibe el bautismo de fuego, el adepto ha de iniciar un 'pasaje' axial, vertical y ascendente por el eje invisible que conecta al ara con el punto central de la cúpula –de Tifereth a Kether. Los ritos 'primitivos' de trepar el árbol, o de subir por el poste ritual, ejemplifican este ascenso al final del cual el adepto habrá de atravesar la puerta más estrecha que se halla simbólicamente en la sumidad del templo. Este es el ojo de la aguja por el que no puede pasar ninguna riqueza individual. La aguja, en efecto, es un símbolo más del eje y el rito de enhebrar la aguja, entonces, viene a ser una representación de este 'pasaje' por la puerta estrecha.

El hombre en su búsqueda del Conocimiento ha de salir primero del mundo ordinario para entrar al interior del templo; luego debe perderse en los laberintos para encontrarse nuevamente al arribar al centro; de allí habrá de emprender el ascenso vertical en busca de la sumidad, y finalmente deberá salir por la puerta cenital del templo, o cosmos, hacia lo supracósmico. Esta salida final es visualizada como el desatar o disolver el nudo que nos mantiene atados a la individualidad y a un estado particular del ser, y su logro constituye una fusión absoluta con el todo. "Tocad y se os abrirá".

 
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EL SIMBOLO DEL CORAZON II
 

Sede para muchas tradiciones del valor, del ánimo (alma) y de la Inteligencia creadora, análogo en el interior del ser humano al Sol en el macrocosmos, la luz y la vida nacen de él como de una sola fuente, a imagen del origen: "luz y vida, eso es el Dios y Padre (Nous) de quien ha nacido el Hombre. Si aprendes pues a conocerte como hecho de vida y luz, y que son esos los elementos que te constituyen, volverás a nacer otra vez." (Poimandrés I, 21).

No se puede amar lo que no se conoce, y no todas las formas de unión son un reflejo cabal del Amor.

Pequeño todo, ya que es el centro del microcosmos, sintetiza el cuaternario horizontal en el eje vertical y difunde en la construcción el No-ser de la misma, su identidad supracósmica, que él refleja directamente según el eje vertical y a la que el ser conoce a través de su propio sacrificio (Ojo del corazón).

Es la verdadera Ciudad divina, donde reside puntualmente el auténtico Sujeto incondicionado de todo Conocimiento; en él se halla el germen cuyo desarrollo hace efectivos los planos que el diagrama del Arbol de la Vida simboliza, pues es el verdadero athanor que absorbe lo inferior y manifiesta lo superior; ya que no hay manifestación sin centro, ni cosa alguna que carezca de origen. El desarrollo de este embrión o semilla, a través de las distintas fases de la Obra, siempre alcanza en el corazón una actualización, una realización o nacimiento, pues también hay cuatro lecturas de él, desde el órgano físico hasta el santuario donde se produce la unión de lo creado y lo increado. Es el ara sacrificial y la oblación u ofrenda.

El Centro del Mundo es el banquete del Sí mismo del que todos pueden alimentarse sin que se agote, por ello ha sido simbolizado por una Mesa a la que se sientan los dioses y los hombres, ya sea en la celebración de un cielo regenerado (Giordano Bruno: Expulsión de la bestia triunfante), o bien en la de un matrimonio hierogámico (las Bodas de Cadmo y Armonía, cuando según la tradición griega aquéllos compartieron el ágape por última vez con los humanos); o por la Tabla Redonda en cuyo centro se halla el Graal, o la Mesa de Salomón en el Toledo hermético del s. XII, según la leyenda cuajada de piedras preciosas que simbolizan el Zodíaco.

También es la tierra pura, una vez disuelta la ignorancia que por degradación cíclica cubre el lugar de las hierofanías, las que siempre se dan en un "centro del mundo" inaugurando si es necesario un espacio o un tiempo al que otorgan esa característica.

Este corazón, que es el receptáculo de lo vertical-espiritual, cuya influencia irradia en lo horizontal, ejerciendo así de intermediario a través de su espacio central, que el Eter simboliza, es también el vaso guardado en el sagrario del templo, construcción análoga a éste, cuya tapa corresponde a la bóveda o tejado y que contiene el alimento o licor de inmortalidad, fruto del athanor al cual se ha llegado a través del vacío, realidad efectiva de un estado del ser que trasciende la construcción y que puede ser conocido a través de la apertura del "sentido de eternidad" y su desarrollo total, aunque la individualidad del hombre esté crucificada en el cuaternario.

Por su simbolismo concéntrico, que corresponde asimismo a la síntesis perfecta de la Creación, en su interior se halla la Presencia o Inmanencia divina, que es el verdadero Centro de todas las cosas y que las contiene a todas sin ser contenido por ellas: éste es así el auténtico Maestro, con el que se identifica el iniciado conforme progresa en la realización de su verdadero Ser.

 

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